domingo, 13 de enero de 2013

Sólo por el placer de mirar

Sentado en una terraza con un grupo de amigos tomando una cerveza después del trabajo, notó su primera mirada. No le dio importancia y siguió charlando con sus acompañantes, sin perder de vista a la dueña de los ojos que se habían clavado en los suyos.

A los diez minutos y sólo con el efecto de la mirada de la chica  le empezó a subir la temperatura.
No era una mirada agresiva ni descarada, tampoco de esas que te desnudan en un segundo ni incómoda. Era verde, como los ojos que la dirigían, cálida, interesante y muy grata.
Le gustaba esa forma en que lo miraba, aunque él no sabía si corresponder ni cómo hacerlo. Porque otras veces, había hecho ese  ejercicio: mirar a alguien que le gusta por el simple placer de mirar y sin mostrar ninguna intención inconfesable. Sólo perderse en la otra persona con discreción y sin incomodar.
Así que no hizo ningún movimiento, y en el par de horas  que estuvo en la terraza dejó que ella disfrutara así y si quería algo más, seguro que se lo haría saber. En el fondo quería que pasara, pero no pasó. Ella, acompañada también por un grupo de amigos, se levantó, fijó su mirada en él como para decirle adios y se marchó.
Él entendió que sólo se había entregado al placer de mirarlo nada más. Y eso también le gustó.

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